Fragmentación, es ese término que hemos estado escuchando en varias ocasiones y seguramente lo tienes interiorizado, y se trata de esas improntas que nos ha dejado cada experiencia. Muchas veces, estas impresiones vienen con etiquetas: “bueno”, “malo”, “feliz”, “doloroso”. Al categorizar nuestras experiencias de esta manera, vamos formando una especie de estructura mental que nos separa de nuestra esencia completa.
Y sin darnos cuenta, pueden convertirse en bloques o muros internos que fragmentan la percepción de nuestro entorno y de nosotros mismos, dejando de lado la totalidad de quienes somos en realidad. Esta fragmentación nos desconecta de nuestra naturaleza divina, la parte de nosotros que es pura, completa y conectada con el todo.
Y es en este concepto en el que buscamos trabajar, para empezar a construir el camino de nuestra evolución espiritual, pues no siempre se trata de “añadir” conocimientos o experiencias, sino de “quitar” capas, de soltar esas etiquetas que hemos puesto a nuestras percepciones y de abrirnos a una experiencia más directa y sin filtros de la vida.
El gran secreto de la evolución espiritual radica en cómo usamos nuestros sentidos, pues ten en cuenta que percibimos y experimentamos el mundo con nuestros 5 sentidos externos, pero son solo la punta del iceberg de tu percepción. Pero hay mucho más debajo de la superficie, y esa parte invisible es lo que llamamos “sentidos internos”.
Los sentidos internos son aquellas capacidades de percepción que van más allá de lo físico. Son los que nos permiten sentir emociones profundas, intuiciones, inspiraciones. Pero para conectar con ellos, primero debemos aprender a relajar el uso mecánico de los sentidos externos. En lugar de dejarnos llevar por la primera impresión de una experiencia, podemos entrenarnos para ver más allá de la superficie. Así, lo que percibimos a nivel externo (lo que vemos, oímos, tocamos) se convierte en una puerta hacia nuestra percepción interna.
Con el tiempo, al entrar en contacto con nuestros sentidos internos, podemos experimentar una reconexión con algo más grande: la conciencia divina. Este estado de conciencia no es algo lejano ni abstracto, sino una presencia que nos acompaña siempre, esperando que nos detengamos a escucharla.
La conciencia divina es esa parte de nosotros que es indivisible y eterna, el espacio de nuestro ser que está en paz, que no juzga, que no se angustia. Cuando alcanzamos este estado, experimentamos una especie de “reunificación” con nosotros mismos, porque dejamos de vernos como partes separadas y comenzamos a sentirnos como una totalidad. Es en esta reconexión con lo divino donde encontramos verdadera paz y comprensión, ya que las barreras internas que antes creíamos que nos definían se van disolviendo.
Es decir, cuanto más aprendemos a mirar la vida con los sentidos internos, más se va revelando nuestra esencia completa y nos permite liberarnos por medio del movimiento y la respiración, llegando a alcanzar poco a poco nuestro verdadero yo.
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Ame lo escrito en el blog… gracias por siempre estar ahí .me haces sentir muy bien y lo agradezco con el corazón y deseo mucho más para ti.. com amor Mariela
Gracias Sajee. Mil gracias
Es un verdadero placer 💖